Tenlo claro...

La primera vez que traspasó aquella puerta, apenas alcanzaba el metro de estatura. Se quedó en el umbral, aspirando el aroma a magia que desprendía aquella casa. La estancia estaba en penumbra, iluminada únicamente con una luz anaranjada, sin fuente aparente, al menos el pequeño no sabía de donde venía.

Se atrevió a dar un paso, y otro, y otro, hasta que se encontró de frente con la dueña de la casa, la que lo había traído hasta allí. Estás entrando en el mundo de los sueños, el mundo de las artes, el mundo ficticio y real, donde todo se rompe y se regenera de nuevo. Donde todo es infinito. Ahora te lo creerás, pero cuando seas mayor, empezarás a ponerlo en duda.

Los adultos son todos unos ilusos, no saben que la literatura lleva a todas partes.

sábado, 31 de julio de 2010

Te das cuenta de lo que tienes cuando lo pierdes

Ayer fue domingo. No en el sentido especial de la palabra, cuando piensas que el mundo se te viene encima por el total aburrimiento que experimentas.
Lo cierto es que sí estaba aburrida, pero en lugar de coger la depresión de rigor, ponerme la “chaqueta de los domingos” que ayer se encontraba a una buena distancia de mí y ya sabes, lo de siempre, coger mi música, mi guitarra, tocar, cantar, sentirme flotar por encima de toda la vida, de la realidad. Soy mucho de eso, creo que lo sabes. Pero no, ayer no podía hacer nada de eso. Estoy en un lugar… donde conseguí internet el primer día y me puso eufórica, pero después perdí la conexión con el resto del mundo. Estoy en un lugar donde paso el día en la playa sin mucho más acompañamiento que mis primas pequeñas y cada año que vengo espero a que la mayor de ellas empiece a tener mi conciencia y mi mente, cosa que empiezo a catalogar como imposible. Y con la playa se desvanece la posibilidad de chaqueta y guitarra y canciones y todo. Lo más próximo sería el agua, con esa sensación envolvente, pero con lo fría que estaba ayer no me dio más tiempo que a darme un baño refrescante y volver a mi confortable toalla.
Fue en ese momento cuando recordé la inocencia de ser pequeña, y como acaba destruyéndose por la estupidez de algunos. Me descubrí echando de menos a una sombra, una sombra que siempre estaba en domingo y a la que siempre quise acercarme. Cuando éramos tan pequeños, nos llevábamos tan bien… Pero los adultos, los adultos son una especie a parte, incapaces de ver que una amistad tiene mucho de frágil. Por ser tú Rubén y yo Lucía, en definitiva por ser chico y chica y no amigos del mismo sexo como cabe esperar en las amistades de entre 12 y 16 años(al menos en mente de los adultos, siempre una mente TAN convencional), la madurez de los aproximados 40 años dio con la ocurrencia del noviazgo, y no paró hasta conseguir alejarnos, tú por timidez a que tu madre metiera baza en nuestra relación de amistad abriendo la boca para cubrirla de fantasías inapropiadas y yo por la poca gracia que todo aquello me hacía, viendo ya desde tan temprano como se deterioraba aquel hilo que habíamos tejido.
A medida que te ibas alejando yo no podía hacer más que recordar el día que te quedaste a dormir en casa de mi tía y yo iba a comer con ellos. Oía el ruido de la ducha, y cuando me dijeron que eras tú… Esperé con tranquilidad, con una de las perritas de mi tía en mi regazo y cuando noté que ibas a salir la puse en el suelo delante de la puerta. Saliste y te agachaste para recogerla, confiando en que la perrita había esperado para verte a ti. Y entonces salí yo, gritando ¡buuu!, consiguiendo asustarte. Casi sueltas la toalla que te tapaba, pero aún así, mirando primero por el pasillo por si mi tía espiaba, me abrazaste mientras me decías que esperara fuera mientras te vestías.
Lo cierto es que echo de menos aquellos días, veranos, esperaba a que fuera domingo solo para verte y sentir que había alguien aproximadamente de mi edad, que jugara conmigo. Y al principio no me hacía gracia ¿Te acuerdas cuando me ponía en la orilla con los pies orientados mar adentro? Nadabas con sigilo hasta conseguir agarrar mis tobillos y tirar de mí hasta llevarme a donde no daba pie. Sabías que gritaría, porque no sabía nadar, pero lo tenías todo controlado: en cuanto me sentía insegura tirabas de mí, hasta abrazarme y sujetarme bien, de manera que sabía que estaba a salvo.
No paro de pensar en que de aquella a veces pensaba que sí había algo más, o en su defecto, habríamos llegado a ser muy buenos amigos, en que habría tenido ganas de ir todo el verano, por verte.
Nadie sabe que pasó de verdad, quizás fueron ellos, quizás fue el crecer, o tus compañías. La última vez que te vi habías hecho un examen para entrar en la guardia civil, tu madre estaba muy emocionada, y ya adivinando me habías dicho al oído disimuladamente “xa che contará miña nai” mientras nos saludábamos de manera educada. Quise que entraras, en serio. Sabía que tanto tu madre como tu padre como tu hermano trabajaban en la fábrica de conservas, de la que mi tío, un hombre casi de negocios, de caprichos caros, cuyos descendientes replican de la pijería de Coruña sin tener idea del mundo, era el director, el mandamás. Tenía muy claro que ese no era tu sueño, sabía que querías escapar, que ser de la autoridad, guardando un edificio, siendo guardia civil, trabajando en la policía, escapabas de las garras de la tradición familiar que tan poco te gustaba, bueno simplemente no te hacía gracia, eso era todo.
No pudiste, las fauces de aquella fábrica acabaron atrapándote, y me hablaban de ti como si fueras la mejor opción para mí y para mi futuro, como un triunfador de la vida, salvador de esa familia. Ahora ni siquiera te nombran, como mucho mi prima la pequeña, por hacerme saber un poco de ti, del pasado de ti, de cuando aquella patada inocente por debajo de la mesa en su comunión. Quería que me sacaras a bailar, claro, porque eras el único de mi edad, pero mi tía ya se encargó de manifestar la opción en alto, y ya no quisiste.
No te nombran, porque ahora piensan que ya no eres lo suficientemente bueno, que no me merezco a alguien así. Ni como amigo ni como nada más.
Los adultos son así, ESOS adultos son así, dan asco, tiene prejuicios y son separativos. Me daba absolutamente igual que fueras un chico, un hombre, que trabajes, que seas peón en una fábrica o si eres guardia civil, que sigas viniendo todos los días con mis tíos o que vengas solo los domingos con tu hermano para ir todos en la lancha. Es que me daba igual, pero parece que cuantos más años tengas más razón tienes. Y eso, siento decir, mueve mucho más que toda la inocencia que podamos juntar entre los dos, aunque ahora ya es demasiado tarde.