Tenlo claro...

La primera vez que traspasó aquella puerta, apenas alcanzaba el metro de estatura. Se quedó en el umbral, aspirando el aroma a magia que desprendía aquella casa. La estancia estaba en penumbra, iluminada únicamente con una luz anaranjada, sin fuente aparente, al menos el pequeño no sabía de donde venía.

Se atrevió a dar un paso, y otro, y otro, hasta que se encontró de frente con la dueña de la casa, la que lo había traído hasta allí. Estás entrando en el mundo de los sueños, el mundo de las artes, el mundo ficticio y real, donde todo se rompe y se regenera de nuevo. Donde todo es infinito. Ahora te lo creerás, pero cuando seas mayor, empezarás a ponerlo en duda.

Los adultos son todos unos ilusos, no saben que la literatura lleva a todas partes.

viernes, 8 de octubre de 2010

Imanes

Me bajé a toda prisa del coche. Aquel lugar apartado del mundo em hacía volver a cuando teníamos siete años y éramos tan inocentes. Tenia ganas de verte, ganas de ti, de probarte.
Antes aquel lugar era medio monte, con caminos de tierra marrón que manchaba los zapatos y luego no salía, ahora solo era asfalto. Al contrario que aquel núcleo urbano en desarrollo, nuestra canción se estropeaba con los años. Cada vez que llegaba a tu portal em derrumbaba, lloraba con el corazón roto y se me pasaba con un agradable aroma a ti, con tu abrazo, me eternizaba en tus brazos.
Llegué. Estabas en la puerta, con los brazos abiertos, esperándome, siguiendo la rutina.
Pero no lloré. Me abracé, eso si. Aspiré tu olor, y lentamente dije.

-Te quiero- Tus ojos se pusieron como platos, pero pronto, recuperando al compostura, contestaste:

-Yo también- Te acercaste a mi rostro, me apartaste un mechón de pelo para dejarlo justo detrás de mi oreja, bien sujeto, y con una mano en mi mejilla y la otra en mi cintura, me besaste.

Permanecimos un rato fuera hasta que tiraste de mi hacia dentro y sin despegarnos, perdiendo partes de ropa por el camino a tu habitación, recorrimos todo el pasillo.

Pasé mis manos por tu espalda infinidad de veces, morí con el roce de tus labios sobre mi cuello y noté por cada poro de mi piel tus caricias, estremeciendome.

No te solté en ningún momento, temiendo perderte por alejarme un solo milímetro. Pasamos horas jugando a ser invisibles al resto del mundo, formando uan burbuja para nosotros solos bajo las sábanas. Sentimos frío, calor, y una sensación intermedia que nadie supo definir nunca con exactitud.

Agotados, nos quedamos dormidos, y con mi cabeza apoyada en tu pecho desnudo, tú acariciándome el pelo con movimientos casi imperceptibles.


Nos despertamos por la mañana no muy temprano.

-Buenos días- me besaste la frente.

-Nnns días- conseguí contestar, quitándome las sábanas de la cara.

-Jajaja- tu risa terminó de despertarme- ¿Has dormido bien?

-¿Bromeas, verdad?- me acurruqué contra ti otra vez, jurando que no podía haber nada mejor en el mundo.

El acostumbrado despertador de las 10 de la mañana sonó insistentemente hasta que mi mano acertó con el botón. Abrí los ojos con pesadumbre, la luz entraba iluminando todo el cuarto. Todo había sido un sueño, y a pesar de la realidad de lo que me había parecido vivir, todo sería igual. Excepto por ese olor, tu persistente olor, que no se iba. Pero no podía ser...

No podía...


Me giré.

2 comentarios:

  1. Eres odiosa. Odiosa, odiosa, odiosa.
    El texto es precioso, y aun me tienes que explicar el otro, acuérdate!

    ResponderEliminar
  2. Me gustaba más la versión original, más inocente. Pero no está mal, no. Mi frase sigue ahí xDDDD
    Medio torcida, qué maja.

    ResponderEliminar