Tenlo claro...

La primera vez que traspasó aquella puerta, apenas alcanzaba el metro de estatura. Se quedó en el umbral, aspirando el aroma a magia que desprendía aquella casa. La estancia estaba en penumbra, iluminada únicamente con una luz anaranjada, sin fuente aparente, al menos el pequeño no sabía de donde venía.

Se atrevió a dar un paso, y otro, y otro, hasta que se encontró de frente con la dueña de la casa, la que lo había traído hasta allí. Estás entrando en el mundo de los sueños, el mundo de las artes, el mundo ficticio y real, donde todo se rompe y se regenera de nuevo. Donde todo es infinito. Ahora te lo creerás, pero cuando seas mayor, empezarás a ponerlo en duda.

Los adultos son todos unos ilusos, no saben que la literatura lleva a todas partes.

miércoles, 20 de enero de 2010

La máquina

Recuerdo perfectamente el día que llego a mis manos. Encima de la mesa había un paquete envuelto en papel dorado, con un lazo pegado en una de sus esquinas, esperando a ser abierto por mis manos impacientes.

A mi no me gusta la prisa en estas situaciones, así que primero observé el regalo de arriba abajo, intentando intuir que podría ser aquello. Pasé el dedo por una arruga sospechosa y descubrñi un desnivel. Aquello no era un regalo sólo, eso eran dos disfrazados.

Mi familia se ponía nerviosa viendo como analizaba un simple regalo, como si no pudiera abrirlo para saber lo que es, solución simple y fácil. Pero a mi mente le gustaba aquella sensación de incognita, aquel deseo de impulsar las manos hacia el papel y rasgarlo con desesperación. Deseo, que no realización.

Por fin alcé una de mis manos y cogí el paquete entre mis manos. Pesaba, y seguía sin estar segura de lo que era aquello. Agarré una esquina del papel y tiré con fuerza. NIKON.

Esa fue la primera palabra que vi. Seguí abriendo y ante mis ojos perplejos apareció la caja de una cámara de fotos, roja.

Un rojo color escarlata, brillante y llamativo. La verdad es que antes el rojo no era uno de los mejores colores que existían, pero en aquel momento que fuera roja era lo mejor del mundo.

La saqué de la caja, estaba fría. La cogí entre las manos y la encendí. La pequeña pantalla mostraba un retrato casi perfectamente definido del salón, iluminado tan solo por la lámpara que había encima de la mesa.

Jugué con ella durante todo el día, sin atreverme a hacer una sola foto, pero siendo consciente de lo que tener una cámara de fotos significaba. Ya me conocéis, no estaba pensando en que ya no tendría que esperar a que las subieran a algún sitio para tener las fotos, estaba pensando en lo que me gustaba a mi sacarlas, en lo que disfrutaba con las fotos estéticas, bien hechas, aquellas que ves y sientes que te llenas por dentro con una sensación de perfección.

Depende de la persona, su foto perfecta puede tener muchas formas. Por poner un ejemplo reciente, a los guitarristas siempre les enorgullece salir con su niña bonita, a los que tienen una estética muy sensible a lo esperpento simplemente sirven las fotos que hagan que se les quede una cara de asombro, una foto que les haga sorprenderse de su propia capacidad de sacar fotos.

Para mi la foto perfecta es aquella que me evoca algún recuerdo. Quizás por eso soy tan paranoica con las fotos, por eso se me forman a veces en la cabeza y por eso el capricho de sacar las fotos que compongo, porque cuando se hacen realidad es lo que más ilusión me hace, es como si por el mero hecho de sacar esa foto, el recuerdo al que estaba destinada se volviera palpable y dejara de ser recuerdo para volver a ser realidad. Enternecedor.


Esa cámara era el pasaporte a realizar todas las fotos que mi mente se imaginara, más o menos imposibles, sin tener que pedir la cámara y esperar años por la foto, y poder hacerla como yo quisiera.

Aquello era un paso hacia ella. Si, su pensamiento estético de hacer miles de fotos en un solo segundo, de las que se borran más de la mitad y solo son dignas de sobrevivir la ridícula cifra de cinco fotos.


Y cada vez que veo esa cámara, me recuerda a ella.

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