Tenlo claro...

La primera vez que traspasó aquella puerta, apenas alcanzaba el metro de estatura. Se quedó en el umbral, aspirando el aroma a magia que desprendía aquella casa. La estancia estaba en penumbra, iluminada únicamente con una luz anaranjada, sin fuente aparente, al menos el pequeño no sabía de donde venía.

Se atrevió a dar un paso, y otro, y otro, hasta que se encontró de frente con la dueña de la casa, la que lo había traído hasta allí. Estás entrando en el mundo de los sueños, el mundo de las artes, el mundo ficticio y real, donde todo se rompe y se regenera de nuevo. Donde todo es infinito. Ahora te lo creerás, pero cuando seas mayor, empezarás a ponerlo en duda.

Los adultos son todos unos ilusos, no saben que la literatura lleva a todas partes.

sábado, 2 de enero de 2010

La ciudad de los ángeles

Hola hija.

Quiero contarte una historia, una historia que todavía no tiene final, una historia que me ocurrió a la tierna edad de 17 años. Los mismos que tienes tú ahora.

Ahora que he vivido mucho, puedo contártela. Aún ahora sigue sin final.

Cuando era tan joven como tú, sentía que había cosas mucho más importantes que las matemáticas y el inglés. Cosas como la amistad y la relación con el mundo.

Y sentía que todo eso me llevaría lejos, a un mundo donde todo tendría el sentido que tendría que tener.

Era invierno. Los adolescentes esperábamos que nevara con impaciencia. Allí nunca nevaba.
Pero como ya te he dicho muchas veces, mi querida Elle, esta es la ciudad donde los sueños imposibles se cumplen.

Ese año nevó, y nevó tan fuerte que las pocas hojas color anaranjado que quedaban suspendidas en las ramas de los árboles desaparecieron de un día para otro en la fría noche. Por primera vez, la playa tornaba su color arena por un blanco nuclear.

Pero aunque todos esperaban con ilusión el año en que todo permaneciera oculto por la capa fría y blanca, a la semana del mayor acontecimiento meteorológico, los centros comerciales se llenaban de gente asustada de salir a la calle y resfriarse.

Yo no era una de ellas, todo lo contrario, tu padre y yo habríamos salido todos los días dispuestos a guerrear con la nieve hasta bien entrada la noche. Pero nuestros amigos tenían una pasión por el cine irremediable, aún más en días de invierno, y decidimos ir a ver una película en la gran pantalla.

Si, cielo, de aquella tu padre y yo ya nos conocíamos, pero no nos imaginamos llegar a salir hasta esa tarde.

Llegamos los primeros, como siempre. Mirando la cartelera nos dimos cuenta de que nosotros no queríamos ir la cine, queríamos sentir la nieve en nuestros dedos, aunque al día siguiente tuvieramos que quedarnos en cama recuperándonos de la pulmonía que nos estaba esperando allí fuera.

Así que nos fuimos, dejando a nuestros amigos colgados con su ilusión de todas las semanas de ir a una sala oscura llena de butacas. Al principio nos sentimos cohibidos, realmente, y a pesar de estar en el mismo grupo de amigos, tu padre y yo nunca habíamos cruzado más que un hola y un adiós, pero en seguida descubrimos que teníamos muchas cosas en común.

Antes de disfrutar de la nieve, decidimos sentarnos donde ahora es tu lugar. Si, Elle, las escaleras que dan al mar, allí, al lado del puerto. Nunca llegamos a salir de allí, y nunca llegamos a jugar con la nieve.

Nos enredamos en una conversación. Una conversación que nunca olvidaré. Empezó con una simple pregunta por su parte, ¿Qué nos había impulsado a salir fuera, abandonando a nuestros amigos, a pesar del frío polar que hacía? Al principio la respuesta parecía fácil, queríamos sentir la nieve en nuestros dedos y disfrutar del invierno tanto como del verano.

Pero tu padre volvió a preguntar ¿ Y entonces, por qué estamos aquí sentados, hablando, en vez de coger un puñado de nieve y lanzárnosla el uno al otro?

Ya no supe que contestar. Él tenía una teoría. Verás, decía, creo que es simplemente el hecho de que no nos conocemos. Por ejemplo, si estuviera aquí con cualquiera de mis amigos ya me estaría peleando con la nieve, quizás no, porque a ellos no les entusiasma el invierno tanto como a mí, pero podría ser posible. Sin embargo, nosotros no hemos cruzado más que palabras de cortesía, cosa que, paradojicamente, es muy maleducado por nuestra parte. En conclusión, estamos aquí sentados porque nunca hemos sabido como conocernos el uno al otro y nos ha parecido que es hora de empezar.

En el momento yo me quedé perpleja con tal afirmación, pues yo solamente había propuesto, inocentemente, salir a divertirnos. De todos modos, el hecho de pedirle a un "desconocido" salir a la calle y abandonar a la pandilla tenía algo de sospechoso.

Intenté excusarme de cualquier manera, pero tu padre siempre atribuia mis disculpas a que no había sido mi yo en si la que había tomado la decisión, sino mi subconsciente, y que mis remordimientos surgían como acto reflejo pero que realmente no sentía mas que alegría por estar allí fuera hablando con él.

En aquel momento solo pensé que tu padre era un creído y que lo mejor sería levantarse de allí y olvidar todas esas patrañas.

Pero me espetó otra pregunta ¿Te irías a algún otro sitio ahora? De alguna manera, aquello provocó una gran curiosidad en mí. Le respondí que no, ya que estando allí ya sabía lo que me esperaba mientras que si me ponía a caminar hacia cualquier otro lugar podría encontrarme con cualquier cosa.

Aquello le hizo reir. Aún no le pregunté que se le pasó por la cabeza cuando le respondí aquella pregunta. Creo que es porque nunca quise saberlo. Al final de la tarde habíamos descubierto todo del uno sobre el otro, hasta a qué sabáamos.


Así empezamos a salir, a escondidas de nuestros amigos. Pero nuestras citas no eran convencionales. No se trataba de dar envidia saliendo a la calle para que todos observaran la buena pareja que hacíamos, se trataba de retomar aquella conversación en el puerto.

Nunca conseguimos retomarla, pero ambos conocíamos esa parte del otro, esa parte intelectual que siempre nos unió. Y que nos sigue uniendo.

Ya sé que todo esto te suena Elle, ya sé que nevó hace unos meses, en diciembre, y que tú estuviste en las escaleras del puerto en vez de enzarzarte en una pelea de nieve.

¿Si te pasará lo mismo que a mi? Eso no lo sé, ojalá sea así, ojalá tú tengas la suerte que yo tuve en aquel invierno. Y ojalá cuando seas mayor también relates tu historia.


También sé que todo esto te resulta tremendamente empalagoso, y que tu mente no está preparada para historias de amor que acaban bien, pero algún día, cuando tengas la misma mentalidad que yo, solo entonces, comprenderás la suerte que fue encontrar a alguien en las escaleras del puerto nevado en la ciudad donde los sueños imposibles se cumplen.

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