Tenlo claro...

La primera vez que traspasó aquella puerta, apenas alcanzaba el metro de estatura. Se quedó en el umbral, aspirando el aroma a magia que desprendía aquella casa. La estancia estaba en penumbra, iluminada únicamente con una luz anaranjada, sin fuente aparente, al menos el pequeño no sabía de donde venía.

Se atrevió a dar un paso, y otro, y otro, hasta que se encontró de frente con la dueña de la casa, la que lo había traído hasta allí. Estás entrando en el mundo de los sueños, el mundo de las artes, el mundo ficticio y real, donde todo se rompe y se regenera de nuevo. Donde todo es infinito. Ahora te lo creerás, pero cuando seas mayor, empezarás a ponerlo en duda.

Los adultos son todos unos ilusos, no saben que la literatura lleva a todas partes.

lunes, 27 de diciembre de 2010

He vuelto a soñar

Volví a soñar con ese lugar. Ese sitio que se parece tan extrañamente a la zona del centro de mi ciudad, pero no lo es.

He vuelto a soñar otra vez con esa pista de skate, donde se hacen competiciones urbanas sin importar las normas. En esa rampa en forma de U, donde chicos con camisetas de baloncesto y pantalones holgados, que siempre llevan las gorras hacia atrás y dejan ver sus rastas o sus cortes de pelos asimétricos nunca estoy sola.

Siempre me acompañan los dos de siempre. Y siempre dos. La competición termina y el ganador recoge su tabla nueva de skate como premio. Es momento de volver. Volvemos solo dos, tú y yo, no sé porqué siempre dejamos al tercero atrás.

Caminamos por las calles. El suelo es irregular, de adoquines cuadrados pequeños, en color marrón piedra. Las paredes de los edificios de la zona también son de ese color marrón, pero son planchas de piedra lisas.

Seguimos el habitual recorrido entre calles estrechas, transitadas por millones de personas, mientras charlamos sobre realmente nada, porque en mi sueño nunca se oye más que una o dos palabras sueltas.

Nuestros pasos nos dirigen a una plaza, una plaza pequeña. Y entonces como siempre, me recuerdas que no entre en el bar que se ve a la esquina, que entra gente muy extraña, que no son buenas compañias, que podría pasarme algo malo si me encuentran sola.

Por espacio de cinco minutos mi sueño enfoca lo que mis ojos ven. Van mirando al suelo, contando el número de adoquines que piso y, al levantar la vista, ya no estás.

Pero no me pongo nerviosa, ni me extraño. Ya he estado más veces en ese sueño, sé que siemrpe desapareces de repente, y nunca recuerdo si luego vuelves.

Sigo caminando sola. No me importa a donde me guío, porque en el sueño siempre sé a donde voy. Paso tras paso voy esquivando a los tumultos de gente que siempre caminan en dirección contraria a la mía. Excepto tú, todo el mundo camina en dirección contraria a la mia.

Y entonces los veo. Frente a la gente, que camina de manera monótona, que no hablan entre ellos, que solo se dirigen a un lugar, vestidos con túnicas negras, detalle en el que siempre me fijo en este momento, porque hasta entonces nunca lo había advertido; se aparecen cuatro personas, vestidas como si hubieran salido de una obra de teatro pintoresca: son tres hombres y una mujer, aunque quizás deberí decirlo al revés por la mujer siempre va a la izquierda. Es gorda, lleva el pelo verde, una nariz carácterística de una bruja, con verruga incluida y lleva a cuestas una escoba. El vestido combina con el pelo: es blanco y tiene manchas verdes.

Siempre me fijo detalladamente en la mujer, y no en los otros tres, aún así soy capaz de decir que cada uno va de los colores del parchis: verde, rojo, amarillo y azul y que los colores proceden de las pelucas que llevan.

Inmediatamente me doy cuenta de que salen del bar que siempre me prohibe visitar mi acompañante en una mitad del sueño. Posteriormente caigo en el detalle de que él no está conmigo, y aunque haya más gente en la calle, mucha más, estoy sola. Y esa era otra de las prohibiciones: "Que no te vean sola".

Empiezo a correr, desesperada por perderlos de vista. Me meto por calles que no conozco en las que cada vez hay menos gente, esperando que, por favor, no me hayan visto y me hayan seguido o será mi fin. Lo que quiera que signifique fin en este sueño.

La angustia aprisiona mi pecho mientras mis piernas se niegan a parar, y mi cabeza, como si tuviera un tic nervioso imposible de detener, se gira cada cinco segundos para verificar que, efectivamente, no me siguen.

Y por fin un lugar que si conozco. Conozco ahora, esta última vez que soñé. Ese suelo... Poca gente. Pero lo característico de esa calle, es la elevación en al parte derecha del camino, como una acera elevada exageradamente, que para transitar por ella es necesario subir escaleras.

Esa calle, la recorrí mil veces, y una más. Muchas en sueños, pero muchas en la realidad. Esa calle es de Santiago. En esa calle está esa facultad. Y me doy cuenta ahora.

Cojo el teléfono. Sé que estoy a salvo, y que ya no me van a perseguir, porque estoy alejada del corazón de la ciudad, ya no hay gente.

Marco. por tercera vez, lo único que cambia es mi teléfono móvil, que se adapta al que tengo en la actualidad en la que sueño. Empieza a sonar...

Al otro lado se escucha una voz, una voz tranquilizante de la que solo puedo oir un heeey, y mi respiración entrecortada.

Porque de repente, y sin previo aviso, abro mis ojos y un panda de peluche me mira con los suyos, grandes esperando un abrazo que lo haga saltar. Estoy en mi habitación, y siempre todo es un sueño.

Pero nunca entiendo más que la última parte. ¿Es, entonces, Santiago? ¿Por qué desaparecen los personajes a mitad de escena? ¿Quiene sson esos cuatro y por qué escapo de ellos? ¿Por qué marco el teéfono?


Pero... lo que es más importante: ¿Por qué sueño esto cada cierto tiempo, y el resultado sigue siendo el mismo?

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